Lunes día 1, segunda parte

diciembre 15, 2007

Tras los cinco minutos de silencio, seguidos escrupulosamente por los presentes y rotos tan sólo por algunos sollozos e hipidos nerviosos, el secretario pasó a leer el manuscrito que llevaba en la mano carraspeando y adoptando pose digna:»Compañeros, estas son horas graves. Nadie puede permanecer impasible ante la barbarie que azotó ayer nuestro país, todos debemos poner nuestro grano de arena, nuestra más absoluta y leal colaboración para que nuestra voluntad no vacile ante el terrorismo. Parece ser, según las últimas declaraciones de la policía, que el atentado ha sido perpetrado por islamistas suicidas y se teme que haya réplicas, es por esto que se han decidido adoptar ciertas medidas. Compañeros, durante los próximos días dejaremos nuestras tareas como miembros de la delegación de arte y cultura para apoyar la investigación policial. Es nuestro deber como ciudadanos para preservar las libertades que nos caracterizan y que los depravados tanto odian.El Estado entrará en luto oficial por tres días, pero las administraciones seguirán trabajando en colaboración con las fuerzas de seguridad del estado para garantizar que los responsables intelectuales de la masacre son apresados cuanto antes, y para evitar futuros derramamientos de sangre inocente»A medida que el secretario dejaba caer las noticias sobre los presentes, murmullos de aprobación se hacían sentir en el ambiente. Lo que estaba escuchando no podía ser cierto, no podía creer lo que oía, pero los presentes no sólo parecían aceptarlo, sino que hacían suyas dichas opiniones. _»Muy bien, debemos ayudar para coger a esos cabronazos, aunque los van a soltar a los diez años, como si nada, después de mantenerlos»_»Deberían quemarlos, para que sufran antes de morir»_»No, yo no los mataría, eso sería demasiado fácil, los mandaría hacer trabajos forzados hasta que se mueran del esfuerzo, así serían productivos y no terminaríamos su sufrimiento de un plumazo».Las frases, las palabras que escuchaba a mi alrededor, me hacían daño. Parecían haberse vuelto locos, eran una jauría de lobos sedientos de sangre y venganza, habían perdido su humanidad, sólo querían sangre por la sangre derramada. Nadie hacía preguntas sobre como iba a ser la colaboración. La verdad es que en ese momento no me paré a pensar en ello tampoco, me sentía en medio de un torbellino de emociones, por un lado quería sentirme útil para atrapar a los culpables por otra parte… qué lejos estaba todo eso de mis simples funciones como delegado de exposiciones temporales. ¿Pero qué podía pensar yo? ¿Acaso estaba en mi mano actuar contra todo eso? Estaba envuelto en una marea, y con solo mirar a mi alrededor me percataba de que no era prudente alzar la voz contra esa fuerza indómita que ensilla a los pueblos y les hace perder la memoria y la razón. ¿Qué ocurriría si yo me atreviese a, siquiera murmurar, la conveniencia de dichas medidas? ¿Qué ocurriría si me atreviese a recordarles nuestra modesta función social y advertirles de que destinar los recursos del estado hacia la policía nos dirigía hacia un estado policial, y que en tal caso, pocas libertades nos quedarían a para proteger de los terroristas? Sería como lanzarme contra un muro de cabeza, sin protecciones.El día había sido cancelado, todos podíamos volver a casa a descansar, pero nadie volvió a casa, todos nos quedamos en la cafetería, comentando la noticia. Yo callaba, escuchaba las opiniones, intentaba comprender que ocurría, qué pensaban, intentaba, en realidad, convencerme de que ellos tenían razón, de que todo debía ocurrir así. Pero cuanto más los escuchaba, más me invadía una sensación desagradable, alienígena, unas arcadas horrendas y decidí abandonar el lugar, meterme en mi coche y dirigirme a casa, a meterme en la cama. 

Lunes día 1

diciembre 6, 2007

Lunes y el despertador suena. Qué espantoso sonido desgarra mi sueño. Lo que ha pasado ayer parece ser fruto del mismo, una mala pesadilla que se olvida en las sábanas. Mi mente está en blanco mientras la cuchilla rasga mis mejillas y tan sólo veo mis ojos reflejados en el espejo, sin vida, como los de los pescados en el centro comercial. Es otra persona, idéntica a mi, la que me observa desde el otro lado del encuadre e imita mis gestos. Un zombie que abandona el espejo para introducirse en la ducha y dejar que el agua ardiente elimine los vestigios de la noche. Más despejado abandono la bañera, envuelvo mi cuerpo con el rígido traje y mis llaves, billetero y móvil ocupan mis bolsillos. Mi mano se apodera de la cartera prácticamente al vuelo mientras dejo el piso, cerrando la puerta mientras miro a cuanto asciende mi retraso hoy. En el coche enciendo la radio mecánicamente, como todo lo que he hecho esta mañana, y es ese gesto y sus consecuencias el que me trae de vuelta a la realidad.

_»Aún no hay un recuento oficial pero se estima que los muertos son 834 y hay 12 desaparecidos en el lugar del accidente. El Gobierno está ya reunido para decidir las medidas oportunas…»El locutor hablaba de forma monótona, sin grandes variaciones en el tono de su voz, como un contestador automático.

«¿Qué hacen ahí esos?» Me dije a mi mismo cuando vi los soldados en el primer cruce, frente al edificio de la Diputación. Una larga cola de vehículos me impedía ver qué ocurría en realidad pero no tardé en enterarme cuando llegó mi turno: una enorme metralleta bloqueó mi ventanilla mientras una joven voz me pedía «los papeles». Le tendí el documento de identidad y seguí adelante. Otras tres veces me pidieron los papeles antes de llegar a mi destino. ¿Qué buscaban?Finalmente mi coche ocupó su destinada plaza en el edificio oficial. Y abandoné el mismo adentrándome en las oficinas, dirigiéndome a la mía. Noté el revuelo a mi alrededor, la gente comentaba, miradas extrañas cruzaban el aire, algunos escuchaban la radio y todos parecían estar ocupados y preocupados. Nadie había olvidado los eventos del día anterior y nadie quería olvidarlos, ocupaban nuestras mentes, nuestros corazones. Una expresión llamó mi atención:

_»¡Eh! te esperaba, ¿has oído las noticias? Sí, claro, por supuesto, es imposible no haberse enterado de lo de ayer, qué espanto. Están saliendo las listas de las víctimas, cada media hora se renuevan.»

_»No, no lo sabía, ¿las tienes ahí? ¿Has encontrado a alguien a quien conocieses?»

_»Mi vecina estaba en la terminal, está herida en el hospital, inconsciente y quemada, pero dicen que sobrevivirá»

_»Lo siento, de veras»_ Acerté a decir mientras ojeaba la larga lista de nombres. No, ha habido suerte, ningún muerto conocido.Me dejé caer, más relajado, en mi silla. La lista todavía entre mis manos, éstas temblorosas.

_»Bueno María, tengo trabajo pendiente, será mejor que nos pongamos a ello, evitaremos distraernos con penosos pensamientos»

_»Espera, 5 minutos de silencio han sido anunciados para dentro de un cuarto de hora. Saldremos al patio para rendirles homenaje. Voy a ordenar mis documentos. Nos vemos allí, ¿ok?»

_»Por supuesto»

Y sin abrir mi cartera, que dejé encima de mi escritorio, me dirigí hacia el patio, pasando por la máquina de café en la que me detuve unos instantes para que la bebida ardiente se deslizase por mi garganta. Con el vaso en la mano terminé mi caminata hacia el patio, donde algunos estaban ya reunidos. En el centro del espacio ondeaban las banderas oficiales a media asta, cuyos vivos colores hacían contraste con el azul del cielo. Era un pequeño hueco dejado entre las moles de ladrillo visto de las oficinas de la Diputación. Apenas tendría diez metros de ancho y veinte de largo, con dos bancos en el centro cuyo función principal consistían en reposar los traseros de aquellos fumadores que abandonaban sus puestos de trabajo para no incumplir la normativa de humos. Hoy iban a servir como plataforma para el secretario se dirigiese a nosotros. Me acerqué a uno de los grupos, pensé que hablarían de las listas pero hablaban de la reunión del Gobierno.

_»Sí, parece ser que las cosas van a cambiar bastante después de los atentados»_»La obsesión con la seguridad va a llegar a cuotas increíbles, mucho más intenso que en E.E.U.U»

_»Es lo que deben hacer. Deberían pedir la documentación a todos los extranjeros en España. Seguro que los autores del atentado no eran nacionales. Deberían expulsarlos a todos»

_»Vamos hombre, los autores del atentado, suponiendo que son extranjeros, no representan a los demás» _dije con tímida voz, dándome cuenta de que mis palabras no eran bien recibidas por los demás.

_»Jorge, no es la hora de tener miramientos, mira lo que ha ocurrido. Estas cosas antes no pasaban, esto es por la inmigración, han hecho que aumente la inseguridad en nuestras calles»

Mezclaban un tema con otro, sin dar argumentos, tan sólo viejos tópicos ya conocidos, pero el ambiente estaba caldeado y no era el momento de llevar la contraria. De la tristeza se había pasado a la ira en apenas unas horas. Miré a mi alrededor y vi que todos se habían reunido por fin y el secretario subía el banco a duras penas.

_»Primero cinco minutos de silencio»

El día que todo ha cambiado.

noviembre 30, 2007

A estas alturas, las portadas de los periódicos y las cadenas de televisión están copadas con las imágenes de las tremendas explosiones. Más de ochocientas almas sacrificadas en nombre de Dios sabe qué. Al parecer las víctimas del A380 sufrieron temperaturas espantosas en la bola de fuego que se estrelló contra la terminal. Y la terminal cargada de pasajeros… entre ellos niños. Decenas de niños. ¡Qué espanto! Los bomberos aseguran que tardarán semanas en apagar el fuego que consume la «zona cero». Qué manía con ponerle ese nombre al epicentro de todas las catástrofes, no entienden que el dolor se expande a todos nosotros y no se queda ahí, encerrado. Ojalá la zona cero fuese la Caja de Pandora del sufrimiento pero los hospitales están colapsados, se escucha el ulular de las ambulancias en la ciudad de forma constante. La ciudad es un caos, las personas se dirigen hacia el lugar del desastre para transportar los heridos en sus coches. Todos conocemos a alguien que iba en ese avión, o alguien que ha perdido un familiar o un amigo. Una hora y media después del ataque terrorista, a las 12:36, el Gobierno ha llamado a la normalidad, ha negado declarar el Estado de Sitio y ha destinado ayuda a la ciudad. Las sirenas se mezclan con el golpeteo de los helicópteros que sobrevuelan el cielo. El Congreso de los Diputados ha dejado para mañana la agenda planeada para hoy, parece ser que iban a discutir precisamente la Ley Antiterrorista.

La noticia me golpeó mientras dormía. Escuché una alarma que confundí con el despertador pero era Antonio quien llamaba.

_»Rápido, enciende la tele»

_»Estoy durmiendo, qué ocurre?» Le respondí todavía dormido, sin distinguir si era sueño o realidad.

_»No sé como explicártelo, tú enciende la tele»

Me levanté mecánicamente y andé hasta el salón mientras murmuraba «ya voy, ya voy». Escuché voces en la calle pero mi cerebro no procesó la información. Tampoco procesaría lo que vería en la televisión. Antes de que pudiese preguntar por la cadena, me encontré con la estampa. La pantalla inundada por las llamaradas y pedazos de metal retorcidos en formas caprichosas, abajo una pequeña pestaña aclaraba la primera duda que asaltó mi mente: Aeropuerto de San Pablo, Sevilla.

_»¿Lo has visto?»

La voz de Antonio me recordó que estaba despierto, que eso era real, que tenía que decir algo. Me desplomé en el sofa frente a la tele, las imágenes quedaban impregnadas en mi retina: una mano carbonizada, casi podía sentir el olor a quemado. Un herido se tapaba la cara sanguinolenta como si tuviese miedo de que al retirar la mano, la vida se escaparía a borbotones.

_»Sí, sí lo he visto»

_»Acaba de ocurrir, delante de la cámara»

No dije nada, me asomé a la calle y vi a las personas acercándose a los bares que ya estaban a rebosar. A lo lejos las primeras ambulancias.

_»Antonio, ¿qué ha pasado?»

_»No se sabe, en la tele no dicen nada. Sólo han dicho que es un avión de esos nuevos, un A380, que se ha estrellado contra la terminal. Y que el avión estalló en el aire, que es un atentado casi seguro»

_»Gracias por llamarme, ya hablamos»_Y colgué. Durante un tiempo permanecí delante del televisor, absorví como una esponja todo, mi cerebro estaba en blanco y yo sencillamente no podía creer que lo que estaba viendo estaba sucediendo. Tampoco desperté de mi estado cuando el Presidente apareció en pantalla y sus palabras llegaron a mis oidos como el horror había llegado a mis ojos, sencillamente era un sentido más afectado por el espanto. Sus palabras no fueron originales, son las típicas que pronuncia todo jefe de estado en esta situación: que si nunca cederemos, que si quieren atentar contra nuestro Estado de Bienestar, que si la guerra contra el terrorismo, canallas, …

No me he despegado del televisor en toda la mañana, hasta que tuve el impulso de vomitar todo lo que me había penetrado, todo lo que había violado mi mente a lo largo de estas violentas horas. Por eso he contado como he vivido este día, por eso he contado como he vivido el día en que todo ha cambiado. Hoy es el día que todo ha cambiado. Lo llamaré así.